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  • drpozaneurologo

APRENDER A "DESAPRENDER"

Nuestro cerebro está programado para el modo "ahorro de energía". Si sabe que puede sobrevivir con el mínimo gasto, lo hará. Y esto supone, entre otras cosas, una lucha contra natura en los individuos: la lucha por el esfuerzo, aquello para lo cual no estamos programados. De ahí que el "desaprendizaje" suponga un esfuerzo tan descomunal que tendamos naturalmente a descartarlo. Pero ¿podemos realmente "desaprender" de manera consciente y voluntaria?



Ainhara M. Lizarazu: ¿Por qué el aprendizaje en la edad adulta cuesta más que cuando somos niños o adolescentes? Un ejemplo claro es el aprendizaje de idiomas. Cuando aprendemos de niños, lo hacemos sin esfuerzo. De adultos parece que es mucho más complicado...


Juan José Poza: Aprender es un ejercicio de plasticidad neuronal. Supone crear nuevas conexiones entre neuronas y reforzar las conexiones más usadas. Los mecanismos de plasticidad neuronal son mucho más activos y eficaces en la infancia. Con la edad se va perdiendo flexibilidad para creación de nuevos circuitos y, por lo tanto, capacidad de aprendizaje. No obstante, esta capacidad se puede modificar con el entrenamiento. Un cerebro que se mantiene activo, planteándose y afrontando retos, indagando con curiosidad en busca de nuevos aprendizajes, mantiene su neuroplasticidad mucho mejor que otro que se deja llevar y se limita a vivir de lo aprendido.


A: Sabemos que el cerebro está programado para aprender, pero al contrario ¿puede el cerebro "desaprender"? Dicho de otra manera: ¿nuestro cerebro sabe olvidar de manera voluntaria y controlada?


J: Aprender y "desaprender" son dos caras de la misma moneda. Un cerebro sano es aquel capaz de adquirir nueva información y de olvidar lo que no es relevante. Al menos, no relevante para él. A veces viene a la consulta gente preocupada porque le falla la memoria y el ejemplo que pone es que no se acuerda de lo que comió anteayer. En realidad, eso es un signo de buen funcionamiento cerebral. Si lo que comió anteayer no tuvo ninguna trascendencia, su cerebro, funcionando adecuadamente, no guardará la información ni consumirá recursos en mantener algo que no sirve para nada. Sería diferente en el caso de que hubiera sido una comida especial por algún motivo. El cerebro solo mantiene lo que despierta su interés, que puede no ser lo mismo que despertó interés en el cerebro de quien le acompañó.


A: En las aulas de adultos existe a veces una importante resistencia al aprendizaje de nuevos conocimientos. Los nuevos conceptos no siempre son bienvenidos y muchas veces escuchamos aquello de "es que yo siempre lo he hecho de esta manera y estaba bien". ¿A qué se debe esta resistencia al cambio?


J: Aprender, innovar, supone esfuerzo y consumo de energía. El cerebro tiende a ser vago y tacaño con el gasto. Es más fácil y económico (en energía) hacer las cosas de forma rutinaria y siempre igual. Plantearse un cambio, y llevarlo a cabo, es más cansado. El paradigma cambia si el esfuerzo se ve gratificado por una recompensa. Aquí juega un papel fundamental la curiosidad. Satisfacer la curiosidad provoca un chute de dopamina, que supone placer. El placer puede resultar adictivo y compensar el esfuerzo. Un cerebro curioso no piensa en el gasto que le supone aprender, sino en el placer que le provoca el aprendizaje. La curiosidad es una virtud infantil. Todas las especies de mamíferos son curiosas en la infancia, pero pierden en gran medida su curiosidad cuando alcanzan la edad adulta. La especie humana es excepcional en ese sentido y, en cierta medida, es una de las claves de su éxito para convertirse en especie dominante. Mantener la curiosidad infantil con la tenacidad que aporta la madurez es la clave de un aprendizaje exitoso.


A: Me llama mucho la atención que en los descansos los alumnos que generalmente protestan por todo o tienen un carácter menos positivo, siempre van juntos a tomar el café. ¿Por qué nos juntamos con nuestros afines sobre todo para ejercer la protesta, la crítica, etc?


J: Siempre tendemos a buscar la afinidad. Mantener el mismo pensamiento es más cómodo y barato para el cerebro. Y relacionarse con los afines, que piensan de la misma manera, no solo no nos hace plantearnos otras posibilidades, sino que nos refuerza en nuestro hilo argumental. De esta forma, además de ahorrarnos esfuerzos en buscar y llevar a cabo alternativas, nos convencemos, todavía más, de que tenemos ya toda la razón puesto que “todo el mundo” piensa como yo. Esto lleva a un peligroso sesgo de confirmación. Tendemos a leer o escuchar las noticias en el medio que nos las cuenta en la versión que nos gusta oír. A comentarlas con las personas que las verán desde nuestro mismo punto de vista. Así evitamos ansiedad que genera un cambio de opinión. Metabólicamente para el cerebro cambiar de opinión es caro, porque le obliga a formar y consolidar nuevos circuitos. Es más barato mantener las mismas conexiones, y obtener la reafirmación de nuestros afines aún las refuerza más y nos convence de que estamos en lo correcto.



Ainhara M. Lizarazu es profesora y periodista.


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